Por iniciar el semestre

Miedo

Mañana de regreso al colegio, me acompaña una dolencia en la espalda baja (por cargar un garrrafón de agua), una tosecanocturna, un estado de fatiga en todo el cuerpo y la congestión nasal después del sueño.

Ni parece que vengo de vacaciones. Tal vez es por eso, de estar inactivo, me pongo vulnerable y cuando llega el día de volver a la docencia con los alumnos se me manifiestan en el cuerpo las resistencias.

Puede ser que a esto se le una el estado de incertidumbre en el presente y futuro laboral; de enojo por las decisiones sin considerar a las personas, a la academia; de inestabilidad por que hay confusión entre la postura del sindicato, de los agremiados, de lo que se necesita hacer como prioritario y se es incompetente para hacerlo; de regresar a lo mismo (la misma rutina, el mismo discurso, las mismas propuestas, las mismas invitaciones, las mismas quejas, las mismas culpas, las mismas sonrisas, los mismos enojos,...) y lo tétrico es que no se percibe una luz esperanzadora para que haya cambios significativos en el hacer, en el estar y el ser en la escuela.

A pesar de este pesar, mañana regreso, como si no pasara nada, como si no me ocurriera nada, como si la vida siguiera su curso y yo bien, estoy bien. Aunque no me lo trago.

Paso saliva por mi garganta, tomo un profundo respiro por mi nariz congestionada y percibo en mi frente una ligera molestia de fastidio. Mañana estoy de vuelta, ante seis grupos de adolescentes fuertes, saludables, plenos de vida y cansados de soñar.

Ellos vienen de vacaciones. Regresan con los ojos asorados y el corazón pulsante.

Llegan por una segunda oportunidad para demostrarse de lo que son capaces en la vida; llegan con una sonrisa plena porque acabó el ocio en casa; llegan con su luz dispuesta a eclipsarlo todo.

Ellos tal vez son la esperanza, en ellos se gestan los sucesos para que la vida siga coconstruyendo otras posibilidades.

Bueno, ya prepararé el maletín, los libros, los marcadores, las hojas de listas, el borrador, mi discurso, mis oídos, mi cuerpo. Y mi cara de sorpresa porque cada inicio de ciclo es un volver a nacer y morir un poco más.

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